miércoles, 17 de junio de 2009

Hay pesadillas que hablan de los hombres

Anoche soñé que era un hombre. Y sentí mucha angustia.

En mi sueño, no llegué a verme nunca ante nada que pudiera reflejarme, pero me intuí bastante regular, como supongo son los hombres regulares de los sueños: cabello, ojos, nariz, un orificio en medio de la cara resguardado por una armadura de huesos blancos y afilados, un tronco y dos extremidades rematadas por patas y dedos, dos brazos largos terminados en manos capaces de tocar y aprensar objetos, de tomarlos, de hacerlos propios, de poseerlos. Tenía uñas y pelo por doquier y caminaba erecto, haciendo un gracioso ángulo con el piso, como le pasa a las gallinas y a otros animales. Era un hombre común. Cualquiera. Sin embargo, en mi sueño de hombre común me creía algo, me definía diferente y propio, muy a pesar de que sabía que era igual al resto de los hombres. Me sentía un yo.

Tenía mujer, hijos, trabajo, casa y todas aquellas cosas que los hombres, en su ilusión, no sólo creen que poseen, sino que les pertenecen. Tenía además múltiples asuntos que hacer y atender y un miedo terrible a hacerlos. Más que miedo en realidad eran dudas, como si en el fondo no tuviera muy claro si existiera una razón para llevarlos a cabo. Estaba sometido a una necesidad viciosa de acción. Y de expectativas.

Todos me hablaban, pero no todas las maneras era iguales. Algunos eran taimados, otros agresivos, otros, manipuladores. Todos querían algo y me da la impresión de que en el fondo no sabían por qué las querían. Necesitaban, pedían, ansiaban, exigían, buscaban conseguir, sentir algo, no podría definir eso que anhelaban pues yo no hablaba su idioma y no podía entenderlos ni preguntarles. Pero una cosa era a todas luces clara: aquello que tanto apetecían, no lo tenían.

Todo era luz y ruido, el silencio que por ley natural siempre lo abarca todo aunque quede tapizado por otros sonidos, se encontraba sumergido y opacado por el bullicio y la actividad. Había máquinas que hablaban, otras que emitían luces, otras se movían como un animal furioso o en celo. Los hombres giraban en torno a ellas, se hacían parte de ellas y el caos era normalidad, algo que no sólo parecía gustarles, sino entretenerles.

El sueño debe haber transcurrido otro rato, pero no recuerdo todos los pormenores que siguieron al mismo. Recuerdo algunas sombras, algunos gritos, gentes diciéndome lo que debía y no debía hacer. Todo fue muy confuso.

Cuando desperté estaba debajo de la nevera. Todo seguía oscuro pero intuí mi vientre venoso contra el piso, mis alas en la espalda, mis antenas moviéndose nerviosamente y alertas. Sentí alivio. Ya no era un yo, ni quería nada, ni había nadie. Y los hombres dormían sus propias pesadillas.