domingo, 9 de septiembre de 2012

puede que el diablo se aparezca

relájate y disfruta de todo esto –dijo-, relájate –repitió-, cuando alguien dice relájate es porque todo está próximo a irse a la mierda, la verdad no hay nada que no esté próximo a irse a la mierda, la mierda es una cosa y un lugar, es el destino de la consecuencia, relájate –dijo- pero relajarse nunca puede ser un imperativo dictado por otro, él me ve a los ojos, la mesa nos separa, las mesas se hicieron para interponer algo entre la gente, el mantel es blanco, inmaculado, las copas de cristal están llenas de agua fresca, las servilletas están bordadas, una servilleta bordada es una servilleta con tatuaje, un rayo tenue de luz acaricia la vajilla de plata, todo luce a punto como para que un coro cante el Ave María, el cielo de los ricos es un country club, el infierno de los ricos es un country club, él no es grande pero se ve enorme, la avaricia hace ver a los hombres más grandes de lo que son, un avaricioso es un universo en continua expansión, un avaricioso siempre revienta, su sino es reventar, existe la avaricia de los hombres llenos como él y la avaricia de los hombres ávidos, un hombre ávido es terreno fértil para el anhelo, un hombre ávido es un precipicio, un hombre ávido no tiene otra opción que decirle sí a las cosas, todo corre por la casa -dice él- y la sonrisa se le desborda de la boca como una cascada, al ambicioso el dinero le mejora la confianza y las sonrisas, pero nada es gratis, ni para el ávido ni para el ambicioso, al final nada corre por la casa de nadie, el desinterés no existe, un hombre desinteresado es un hombre imposible porque no tener interés es tener uno, evado la mirada, en una esquina del restaurante comen una mujer y un hombre viejos, se presienten tristes, cómodos, flácidos en su voluntad, ambos ven sus platos, no se miran, no se hablan, se evitan, sus comidas son coloridas, pequeñas, como pececillos de arrecife muertos, esa pareja debe haberse querido alguna vez pero las cosas buenas siempre parecen quedarse en el pasado, las cosas buenas siempre parece que ocurrieron hace mucho tiempo, el presente siempre está empeorando algo

esta mañana desperté un poco antes del amanecer, la seda de las sábanas estaba fría porque la seda tiene algo de roca, de caricia pétrea, muerta, gélida, me quedé inmóvil viendo el horizonte negro a través del ventanal de la suite ejecutiva, poco a poco la luz fue creando en el cielo la mentira del azul, la luz le da vida a las cosas con el hálito del color, el color es una farsa, con timidez toda esa luz se fue metiendo por el ventanal enorme, buscando, buscándome, ganándole territorio a lo real, estaba cansado pero no tenía sueño, el perfume de la mujer aún flotaba en el aire, convulso, mezclado con el olor a alcohol que exudaba mi cuerpo, la mujer se fue a mitad de noche, con insistencia había frotado su cuerpo desnudo contra mi cuerpo vestido, no se me paró, la mujer fingía como tienen que fingir las mujeres que no aman, tenía buen cuerpo pero malas dotes como actriz, el dramatismo del amor hay que saber actuarlo y la mentira de amar hay que creerla, sentí un poco de lástima, cuando abrí la puerta ya estaba ahí, se presentó, no recuerdo el nombre, siempre he sido malo para recordar el nombre de las personas que sobreactúan, soy un regalo –dijo-, no creo en los regalos –pensé-, hay cosas que no pueden obsequiarse, hay cosas que sólo pueden concederse, una mujer que se desnuda debería ser el producto de un consentimiento desinteresado, alguien me quiso una vez sin interés, es decir, alguien me amó una vez, cuando dijo adiós no lloró, debe haber sentido lástima, eso es lo que queda cuando no hay amor, vi el techo todo lo que me dieron los ojos hasta que la mujer terminó de fingir, se agachó para vestirse, lo hizo como si yo no estuviera allí, genuina, natural, como si fuera otra, como si me presentara su cuerpo, mire usted yo soy este cuerpo que se agacha, que se viste, que ya no finge, que también es como el cuerpo de las demás mujeres, conózcalo, se lo presento, lo que vio antes era una máscara, una cáscara, un cuerpo desconocido, una carne de goma que uso para restregarla contra hombres vestidos, la mujer no se despidió, quizás iba llorando cuando salió, me desnudé, me vi en el espejo, me presenté a mí mismo, mucho gusto, este eres tú, pero fue difícil, últimamente no quiero conocerme

lo que importa es hacer un equipo -dijo él-, necesitamos gente seria –añadió-, la seriedad es sólo para aquellos que todavía tienen esperanza, que todavía creen que las cosas pueden controlarse, yo ya no creo, creer implica mucho valor, mucho coraje, mucha resignación, hay que entrar de puntillas en la casa del creer, la casa del creer está repleta de botellas rotas, un hombre gordo entra, lleva la toalla a la cintura, el hombre se quita la toalla, se sienta encima de ella, la barriga le cae, le oculta el sexo, mira adelante ensimismado en lo invisible de las cosas, el mecanismo se activa, un chorro de vapor inunda el sauna, así deben ser las nubes en el infierno, le digo a él que puede contar conmigo siempre y cuando hable primero con los jefes, no se puede hacer nada si los jefes no lo aprueban –aclaro-, el hombre gordo hace como si no oye, en el infierno todos somos los oídos sordos de nuestro prójimo, la última palabra siempre la tienen los jefes, los diablos grandes, yo sólo soy el mensajero del infierno, un diablo pequeño, cuando era chiquito mi abuela me llevó a una procesión, había mucha gente caminando detrás de una virgen, no parecían estar contentos, algunos usaban capuchas, parecían diablos encubiertos, me dio miedo y me hice pipí, mi abuela no me castigó, me abrazó fuerte, me dio un beso, era buena mi abuela, ella me salvó de las capuchas, de los diablos, no sabía ella que era una medida temporal porque ningún hombre tiene salvación, el infierno debe ser un sauna repleto de hombres administrando la avaricia, el hombre gordo se me parece a alguien, no sé a quién, debe parecerse a sí mismo, tiene suerte, yo ni siquiera me parezco a la imagen que tengo de mí, si me pareciera no estuviera haciendo cosas de gente seria, de gente que cree, ni formando equipos, yo soy sólo el mensajero –pienso- y él suda, debe presentir que dudo

un pájaro se estrelló contra el vidrio, casi no hizo ruido el golpe, no hace ruido la contundencia de lo irremediable, pedí un licor de nueces, cuando él iba a pedir le sonó el celular, el pájaro revoloteó confundido en el piso de la terraza, a nadie le importó, todos en el bar están tomando sus bebidas, conversan, se diluyen, se ensimisman, no se percatan de la irremediabilidad que les rodea, el pájaro no se percató de la invisibilidad del vidrio, las cosas invisibles son las más contundentes, yo quise alguna vez a alguien, a una mujer, para querer debes olvidarte de ti, volverte invisible ante la presencia de la otra persona, querer es como amar, la diferencia es que cuando amas lo invisible es de vidrio, él regresa, me dice que todo está listo, pide una copa de champaña, hay que celebrar –dijo-, el pájaro revolotea otro poco, está colapsando, todo está colapsando todo el tiempo, yo soy ese pájaro –pienso- y no sé por qué lo pienso, espero que se haya relajado –dice-, le digo que sí –miento-: en algún momento vendrá el diablo a buscar lo que acabo de venderle