martes, 14 de abril de 2009

Ven tal como eres, como eras

A Kurt Cobain

Si él hubiera sabido que ese día iba a morir, todo hubiera sido distinto.

El juego. Todos estamos en la vida, irremediablemente, jugando, haciendo lo mejor que podemos con lo que tenemos. Vivir es jugar y no hay alternativas. Cada quien tiene sus fichas, sus talentos, sus culpables, sus fantasmas, sus anhelos. Pero al final lo importante no son los jugadores, las metas, ni el juego mismo. Sino como se juega.

Hay reglas. Algunas son flexibles y admiten excusas. Otras nos permiten echar mano a chivos expiatorios. Otras creernos víctimas o culpables. Pero las importantes son las inquebrantables. La muerte es una de esas reglas que no admite evasivas, ni preguntas, ni maquillajes. Ella es así y no de otra manera. Negarla implica afirmarla primero, por eso, transgredirla o tratar de olvidarla es un acto descabellado a nivel práctico, se vaya ganando o perdiendo. Al igual que muchas otras cosas, morir no es ni bueno ni malo, sólo es. Y cuando se le reconoce como un hecho honesto, latente, definitivo e inquebrantable, el juego se reafirma y cobra sentido. No lo contrario.

Así que si al menos él hubiera considerado que ese era su último día, que no habría otro, quizás no hubiera hecho muchas cosas que sí hizo. Su movida habría sido distinta, sus peones, otros. Es posible que se hubiera levantado, disfrutado de las gotas de lluvia que golpeaban la ventana de su cuarto, se hubiera bañado sintiendo, sin pensar, y hubiera agradecido poder vestirse y tener unas botas de cuero como aquellas. Le hubiera dado un beso a la mujer que dormía, profunda y sincera, en la cama compartida, le hubiera dicho en un susurro te quiero, y habría visto a su perro en el piso, reconociendo su nobleza, dejando incluso que le lamiera la cara, sin las interferencias del asco o la incomodidad. Como el tiempo hubiera apremiado, haría esto y no aquello.

Se montaría en el carro. Escucharía a Kurt Cobain como un acto de revelación y no de desesperanza, vería la ciudad como algo desnudo, un reflejo de sí mismo y de todos los hombres, se reconocería en cada peatón, manejaría hasta casa de sus padres, se tomaría un café con ellos y miraría mucho a los ojos de sus hermanos mientras le hablaban. Sin expectativas. Agradecido.

Luego regresaría. En el camino recitaría un poema, o una plegaria, o un mantra. Ya en casa tomaría su almuerzo sintiendo cada sabor, dormitaría quince minutos, despertaría, pintaría un cuadro, leería un cuento de Bukowski, bailaría con la mujer una canción suelta, pensaría en Buda, Kerouac, Neruda, sentiría compasión por las rosas en el jarrón, vería al zancudo en su brazo alimentándose con su sangre, se fumaría un cigarro y dejaría una carta para un amigo. Luego cenaría.

Cansado, como seguro estaría con todos estos hechos inexistentes, consideraría las opciones a mano: sentado en el inodoro la escopeta, el revólver parado sobre su escritorio, el cuchillo y las venas metido en la bañera. O ninguna. Quizás sólo esperaría.

En todo caso, si él supiera que ahora le toca morir, iría de mano de la muerte a donde hubiera que ir tal como él debió ser, como debe ser. Pero cada uno juega a su manera, observa o no las reglas y hace lo que tiene que hacer. Para él, ya es demasiado tarde.

4 comentarios:

brillante dijo...

me encanta el texto!!!!

Vicente Forte Sillié dijo...

Gracias Brillnate.
Un abrazo.

Hermanos Forte dijo...

Uno de mis favoritos kiko....
Cuando estoy inquieta y pienso en la muerte, los musculos de mi cuerpo se relajan.....
Me gustaria leer una novela de este personaje....
Te amo.

José Roversi dijo...

¡Coño!

¡This is VERY serious writing!

Un abrazo y mis mas sinceras felicitaciones por este original texto,

Tu amigo,

J