el
fracaso es una unidad de peso, la culpa es una unidad de peso, hay tantas cosas
en la vida llevándonos hacia abajo, haciéndonos peso en el ala, el fracaso te
aplasta aunque estés subiendo, es un yunque invisible, un traje de plomo
demasiado apretado, somos buzos en la profundidad de lo irreparable, he
fracasado tantas veces y con tanta precisión que no hay Dios que pueda perdonar
tanto, si Dios existe es porque me he dedicado a limpiar sus letrinas, es
cierto que he sido un borracho irreparable pero prefiero ser un borracho que
tener miedo, el alcohol es una forma de estoicismo, el alcohol es el miedo
devorándose a sí mismo, quise decírtelo tantas veces, muchas veces traté pero
no me salían las palabras, quise decir tantas veces tantas cosas, te amo, perdóname,
me duele, quise decir, pero ser un borracho es un tipo de soledad, es hablar
otro idioma, es tener un contexto demasiado promiscuo, no sé si me lo imaginé
pero creo que alguna vez leí en algún lugar que los espejos deberían venir con
subtítulos, estoy seguro que te hubiera gustado que los borrachos vinieran con
subtítulos porque siempre hablamos un idioma distinto, quizás si hubieras
entendido no te hubieras ido como te fuiste cuando te fuiste, esa noche llegué
tarde, no recuerdo la hora porque la gente como yo no lleva el paso de las
horas, solo sé que era tarde como siempre que llego a algún lugar y que de
aquello hace alrededor de diez años, te habías ido, así a secas, te habías ido,
no habían cortinas alzadas al viento, ni nota de despedida, ni flores muertas
en el florero del comedor, fue el abandono menos literario que conozco, el
perro vino agitando su cola, nunca supe cómo se llamaba el perro, al perro sin
nombre no te lo llevaste, a él también lo abandonaste, ahí estaba, agitando la
cola, mirándome en contrapicado, agitando la cola, mirándome, agitando la cola,
mirándome, el problema de los perros es que son lo suficientemente bondadosos
como para confiar en los hombres, sentí lastima, lo acaricié, le dije te
quiero, el ascensor abre las puertas
me gusta el espejo del ascensor, tiene una pátina
que le recubre en ciertas partes, mirarse en él siempre es un alivio porque ese
espejo es como el alcohol, en el remanso de la bebida puede uno asomarse y el
reflejo siempre es un poco más soportable, hay trozos de lo reflejado que no se
ven, los espejos limpios son insoportables, son demasiado altaneros en su
sinceridad, son crudos, implacables, veraces, el espejo del ascensor vino sin
subtítulos, las puertas se abren, me percato que vengo de llegada, debo estar
llegando tarde porque siempre es tarde cuando se ha fracasado, ya en la sala
espero, el perro sin nombre no viene agitando la cola como hizo hace alrededor
de diez años, espero, no viene, quiero llamarlo pero es un perro sin nombre,
nunca le puse uno, fue él quien sin querer me lo puso a mí, gracias a él soy el
borracho del perro sin nombre, ven digo con timidez, no viene, lo busco, está
debajo de la mesa sobre un charco de orines, respira con dificultad, lo tomo,
me muerde cuando lo toco, no me importa, lo pongo con cuidado en mi regazo,
tiembla, está muriendo, lloro, le pido que no me abandone, le pido que no me
abandone, le pido que no me abandone, se lo pido tres veces, este es mi peor
fracaso, esta es mi peor letrina, el fracaso es el mercenario de la muerte, no
me dejes le digo, te amo, perdóname, me duele
el ascensor nos lleva abajo, cuando se abran las
puertas, el cadáver del perro sin nombre y yo seguiremos bajando, porque el
fracaso es un mercenario que gana muy bien
Publicado originalmente en Mercenarios
Chang Anno 7, Número 49.
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