martes, 21 de julio de 2020

Capitulación

A Corina Freyre Gaspard

siempre seré
tierra de nadie

pero hablemos de política
y aclaremos
que tu bandera
está clavada en mí
reinando única e inequívoca
en este desierto de astas rotas
que es el imperio
de mi lealtad 

esta tierra es inexpugnable
como todo lo digno
cuando se erige sobre sí mismo
y en esta capitulación
que soy yo entregándome
está la certeza implícita
de ser
el territorio más seguro de todos

miércoles, 8 de julio de 2020

EL IMPERIO DEL OJO

Nos hemos acostumbrado a vivir bajo el imperio de los ojos. Lo que se ve se asocia con lo que se cree que es y con lo que se cree que existe, con lo que se conoce o con lo que se puede llegar a conocer. La imagen vale hoy día más que lo que se escucha, que lo que se siente, que lo que se piensa. Lo abstracto, lo invisible, lo tácito, lo anónimo, son víctimas de la depreciación por parte del acto. El acto es rey. Si no se ve, si no se enseña, no pasó. Si no pasó, no porque no ocurriera desde el punto de vista fáctico sino porque no fue visto desde la perspectiva de otra presencia, de un testigo, ese acto ha sido un desperdicio. Se ha fracasado. El éxito es ver el éxito. El éxito y la verdad están afuera y dependen de un tercero.

En el autoritarismo de la videncia, en el reino del afuera, la percepción proveniente del resto de los sentidos se siente dudosa, falsa, cercana a lo incomprobable; lo metafísico está muy cerca de lo ridículo y el espacio interno, de lo inútil. Entonces, la consecuencia se muestra cruda y cruel: el hombre hace de sí y de la otredad, una vitrina, un objeto, un hecho. Porque un ojo desconectado del resto de la información se convierte en una línea de producción, en un aparato de cosificación. Y las cosas por ser cosas, y las personas que se han hecho cosas, se usan, se utilizan, se desgastan, se manipulan, se reemplazan. Se desechan.

Bajo el imperio del acto, lo emocional y lo mental pierden fuerza. El pragmatismo es lo concreto. Todo se manifiesta hacia afuera y la vida interior se deshabita y se hace yerma. Se abandona lo interno, invisible para esos ojos que no pueden ver hacia adentro. En esa aridez práctica y operativa somos videntes que ya no ven, millones de Ojos de Saurón mirando, buscando, persiguiendo las llamas del deseo, ya sin siquiera saber por qué. Saurón es un ojo (y un panóptico) viendo a otros ojos que ven y, en ese ver, ya ni sabe por qué es Saurón. Es esa ignorancia la que nos acerca a la maldad. 

En la ética Aristotélica, el fin último de los seres humanos es alcanzar la felicidad. Todos los fines desembocan pues, según este genio neurótico de la filosofía, en la necesidad de ser feliz. Para lograr la felicidad, Aristóteles sugiere el camino de la virtud, ese punto medio entre los extremos que son el exceso y el defecto. Esta visión lógica del centro como vía a la felicidad es también compartida por las escuelas filosóficas del budismo Mahayana. La Vía media. Se llega a la felicidad a través de la virtud y se ejercita la virtud desde el medio de los extremos. Sin embargo, en el posmodernismo, ese lugar en el que todo se permite, todo vale, todo está justificado y todo es una consecuencia de las razones de cada razonador, es posible preguntarse si el concepto de felicidad es independiente de quien lo piensa. El individualismo de la razón erige la excusa y la duda como fundamento de todo. La razón da paso a las razones (en plural), se pasa al politeísmo racional. Es aquí cuando se cuestiona la idea del malvado como buscador de la felicidad a través del camino de la perversión. El asesino en serie por ejemplo: un depredador que sigue de manera sistemática una pulsión irrefrenable que, una vez satisfecha, le hace feliz (¿o es placer?) a costillas del sufrimiento del otro (¿del otro convertido en cosa?). Esta idea que desecha la vía media y que ridiculiza la virtud, otorga a la perversión la capacidad de dar felicidad. Y fundamenta además todo lo que ya hemos hablado sobre el mandato de lo externo, la desarticulación de lo interno, la muerte de los sentidos a manos de los ojos. Creer esto significa, no sólo que los malvados pueden ser felices, sino que de alguna forma y en ocasiones, son poderosos, astutos e inteligentes.

La idea del malvado actual va cónsona con esa tendencia a hacer de todo hecho un espectáculo. La maldad en realidad llega a ensalzarse y a equipararse como una habilidad. En la actualidad, algunas culturas consideran al que actúa bien, en beneficio del otro, el que busca la felicidad en la virtud, el que no toma ventaja o aprovecha las situaciones que se le presentan a costillas de la generación de sufrimiento, como un tonto o un hipócrita. En realidad, si lo pensamos con detenimiento nos daremos cuenta de que el malvado no es un héroe sino un ignorante que no se ha detenido a pensar. Es un hombre sin preguntas: no se cuestiona sobre el fin último de la existencia, no entiende la naturaleza de la realidad, de la conciencia, de lo interno, de la interconexión de los fenómenos. No entiende que la vida no está reducida a cosas y fines. Un malvado es un ignorante en un sentido amplio: aquel que no conoce o conoce mal. El que busca informarse, que se entrega al proceso introspectivo, al análisis y al estudio, se aleja sin darse cuenta de la maldad. No existe un malvado que se haya dedicado, no reduzcamos al conocimiento, sino a pensar, a sentir con todos los sentidos, intuir, escuchar, meditar, entender. Viajar y conquistar el espacio interior.

El cohete de la maldad viaja en dos sentidos. En el fondo un malvado es también un “automalvado”, alguien que se ha convertido en su propio búmeran, alguien al que tarde o temprano le toca enfrentar la desesperanza de su error. Rumiando estas cosas no puedo dejar de pensar en la advertencia a las puertas del infierno de Dante, la cual recuerdo más o menos así: “A través de mi se va a la ciudad del dolor, al eterno dolor entre la gente perdida, abandonen toda esperanza al pasar esta puerta”. El malvado cree que alcanza la felicidad con la maldad cuando en realidad lo que hace es nunca redimirse del sufrimiento. La maldad es per se el castigo del malvado, pues lo condena a la muerte de lo insalvable; es barata, desgraciada y superficial, como dice en sus maravillosas clases de La Divina Comedia la poeta Cinzia Ricciuti. Para ella los demonios son meros funcionarios en ejercicio de la burocracia del mal, seres alejados del amor, de la gracia, de la luz. Tiene razón. No por nada Dante y Virgilio van de círculo en círculo evitando sus alcabalas. No por nada, el jefe arquetípico de todos los malos, el innombrable, está enterrado de la cintura para abajo en el centro del infierno. Inmóvil, castrado de facto, impotente. Siempre con los ojos puestos en el afuera, en el espectáculo de la condena que es el afuera, que es el infierno.

Antropológico Existencial

Un hombre es, en  esencia, una soledad ontológica. Poco importa lo que haga, poco importa el cómo, el cuándo, los por qué, la historia, el dónde, que lo haga en grupo o lo haga solo: el hombre verdadero se consigue cuando está solo, solo de sí y de todas las cosas. El hombre es lo que realmente es cuando cierra los ojos para dormir. Antes de dormirse se ve a sí mismo, esa es su realidad verdadera, actual e infinita, ese momento sin vida ni muerte, ni cosas, ni nombres, ni etiquetas, donde los pensamientos, si los hay, son inservibles. Es el momento del hombre vacuo, del hombre agujero negro, de la soledad viéndose a sí misma. Ese es el verdadero hombre, una soledad, un vacío, una decisión que todavía no se ha decidido.

lunes, 6 de julio de 2020

Yermo

Quisiera llorar
pero en medio de este desierto
de arena y sal
sólo queda el resentimiento

las lágrimas
como todo oasis
son un espejismo