miércoles, 1 de abril de 2009

De callejas y sin salidas

En la calle a cualquiera le caen los males. Y ahora que hasta la comae’ riega mis cosas, tengo que andar mosca, pues uno nunca sabe cuando te andan cazando, que siempre hay alguien que quiere agarrarlo a uno en la bajadita. Acabo de dejar a mi vieja, Biblia en mano, ida de si frente al televisor, arrullándose la vida con la final del juego de béisbol. Ella no ha querido mudarse del barrio, sigue viviendo en el mismo rancho de Chapellín en el que crecí. La verdad, a mi ya no me gusta venir para acá, pero me parte el alma no visitarla, sola como está, con la espalda deshecha de tanto trabajo como doméstica en casa de sifrinos. Siempre va a ser mi madre, aunque me diga a cada rato que soy hierba mala. Y antes de cruzar la puerta una vez más escucho el murmullo: El que a hierro mata a hierro muere…

Por estos lares hay más de una piraña que le gustaría meterme el diente. Es por eso que ando con el yerro en la cintura, por si se forma el sal pa’ fuera. Ahora mismo, desde alguna platabanda, alguien lanza fuegos artificiales al aire, seguro como celebración anticipada por el juego de pelota que aún no termina, y yo, que lo único que siento es detonación, saco por instinto la Glock , buscando de donde viene la brega, con los músculos tensos y la mandíbula apretada. Gracias a Dios y a la Virgen que no ha sido nada.

De aquí pienso lanzarme de una para el punto a descargar la mercancía que llevo conmigo, y de allí me voy para casa de La China, mi jevita, que hoy tiene bonche en su casa. A ver si hoy mi Chinita me da lo que me corresponde, que lo prometido es deuda, y estoy ya que no me aguanto de las ganas que le tengo. Si me pongo dichoso es capaz que me quede allá esta noche, y mañana descanso, que el último cargamento se ha ido rápido y todavía faltan algunos días para el otro.

A la altura del puente, cerca de la cancha, veo el reflejo de las luces de colores de la patrulla. Los pacos se están tirando tremenda redada está noche en el barrio, puede ser que estén cortos de real o quizás andan buscando a alguien. Lo cierto es que ya no hay vuelta atrás. Ahora que ya me ven venir, si me devuelvo me jodo. Sólo me queda poner cara de yo no fui y rezar para que no me paren.

Ya los tengo como diez pasos detrás de mí cuando escucho la voz de alto. Mento madre en silencio y trato de dejarles el pelero. Corro lo más rápido que puedo, pero los tombos no andan con cuento y empiezan a dispararme. En una de esas siento un candelazo frío a la altura de la batata derecha, una puñalada de mentol que arde y se extiende, y la pierna se me duerme, y caigo boca abajo en la calleja, en contra de mi voluntad. Sin pensarlo me volteo, saco la nueve y empiezo a tirarles plomo puro, a lo loco, como un Juan Charrasquiao’ sin puntería pero con las bolas bien puestas. El ambiente se llena de cohetes, de ladridos, gritos y disparos, y el estrépito que origina la victoria del equipo de la capital, que le ha metido nueve arepas por el pecho a su contrincante, se confunde con el tiroteo, esta batalla campal de las que hasta entonces había siempre oído en las noticias, pero que hasta ahora nunca había protagonizado.

Quiebro a uno de los pacos, lo sé porque se ha caído y ya no se mueve. Pero creo que esto pone peor las cosas, porque la arremetida de los otros me viene con todo. Siento otro pinchazo de fuego a la altura del brazo derecho, me han dado otra vez, y ahora si que estoy jodido porque la mano se me rebela y suelta la pistola, traicionera como se ha vuelto por culpa del plomazo. Ya uno de los tombos se me viene encima, y me remacha con un derechazo tipo Macho Camacho que me deja los ojos claros y sin vista.

El policía más joven maneja y el otro se ha quedado conmigo en la parte de atrás de la patrulla. Otro se ha quedado en el sitio del suceso, junto al cadáver del compañero muerto, hasta que llegue la furgoneta de la morgue. Con tiza blanca va demarcando su silueta y haciendo un boceto aproximado de la que será la mía, recogiendo los casquillos de bala y alineando en el pavimento los dediles que me quitaron en el cacheo. El que está atrás conmigo debe haber sido boxeador porque sabe cómo y dónde dar. Ya he perdido un montón de sangre y estoy por desmayarme. El de adelante pregunta al púgil de uniforme si me llevan al hospital. Y yo sólo alcanzo a oír ni de vaina, sólo da vueltas...

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